En sus noventa autorretratos Josefina Oliver convoca a una cantidad de ‘más-caras’.
Una ola rompe en su interior, una y otra vez, reconociendo el sí misma. Acción reforzada en el Diario íntimo a lo largo de 64 años, y en su autobiografía titulada ‘YO’ en 1949.
Luego del casamiento de su hermana Catalina en 1902, está mucho sola porque su padre, además de trabajar, dedica su tiempo a dos clubes y se ocupa de la chacra familiar.
Josefina que fotografía con dedicación desde 1899, logra sus mejores autorretratos.
En algunos muestra su parte más burguesa y aseñorada; en otras, copia a la española clásica. ‘Me lo puse por ver cómo me quedaba’ escribe al retratarse con el traje de novia de su hermana; o quiere verse como varón, con bigote y boina. El humor predomina en el uso del antifaz; la caracterización como zagalas o las tomas coloridas y alegres de carnaval.
Y llega al surrealismo al cortar un retrato suyo y descabezar su yo.
En su época la mujer de clase media o alta, está muy limitada y restringida, con exigencias como nunca andar sola por la calle; o de noche, ser acompañada siempre por un hombre. Con suerte, tiene algo de escolaridad básica, pero carece de acceso a estudios superiores o trabajos. El casamiento y los hijos constituyen la única meta de vida.
‘Lo que te pierden son las ideas propias… Aunque no digas nada, esas ideas se te ven por encima de la ropa’ le decía la madre a Delfina Bunge, seis años menor que Josefina.
Es impropio el deseo de traspasar el círculo familiar o el entorno social hacia lo público. Como escritora solo puede dedicarse a folletines, diarios personales o poesía lírica, pero no a ensayos o novelas donde resultaría fatua, ridícula.
Esto lleva a muchas literatas en el mundo a usar seudónimos masculinos para defender su obra: George Sand, las Brontë, Eduarda Mansilla, Fernan Caballero, Colette.
Josefina mantiene su diario íntimo dentro de estos cánones victorianos. Pero, al mismo tiempo, descubre el lenguaje de la Fotografía que le permite expresar sin palabras; y se evade, por esa grieta, de la rigidez que le toca vivir.
En ese espacio arma todo un mundo propio que ilumina con colores maravillosos, aunque la fotografía de entonces haya sido solo en blanco y negro o sepia.
Convierte su cuarto en estudio para sus autorretratos y las tomas de familiares y amigos. Allí escenifica para fotografiar, pautando todo: vestuario, utilería, luz, personajes, logrando generar un ambiente en donde los fotografiados responden relajados.
Si bien a veces su hermana o la empleada presionan el disparador de su cámara, la toma entera pertenece a Josefina, a veces actriz y siempre autora de sus puestas en escena.
Para el historiador fotográfico Abel Alexander, ‘Josefina quiere ser su propia protagonista en el cuarto oscuro; y revela, copia y cuando la técnica le dice: ‘hasta aquí usted llega’, ella traspone ese límite iluminando: una adelantada a su época, que rompe esquemas’.