AUTORRETRATOS II - CÁMARA EN DIVERTIMENTO

En sus cien autorretratos —y 83 variaciones— Josefina Oliver convoca a una cantidad de “más-caras”.
Es la identidad que irrumpe en su interior, una y otra vez, reconociendo el sí misma. Acción reforzada en los epígrafes de esos autorretratos, en el Diario íntimo y en su autobiografía titulada “YO” de 1949.

Luego del casamiento de su hermana Catalina en 1902, está mucho tiempo sola porque su padre, además de trabajar, dedica su tiempo a dos clubes y se ocupa de la chacra familiar. Josefina, que fotografía con dedicación desde 1899, logra sus mejores autorretratos en esa época. A través de ellos indaga posibles yos: en algunos muestra su parte más burguesa y aseñorada; en otras, copia a la española clásica. “Me lo puse por ver cómo me quedaba" escribe al retratarse con el traje de novia de su hermana; o se quiere ver como varón, con bigote y boina. El humor predomina en el uso del antifaz; la caracterización como zagalas o las tomas coloridas y alegres de carnaval. El surrealismo llega a sus fotos al descabezar un autorretrato. 

“Lo que te pierden son las ideas propias… Aunque no digas nada, esas ideas se te ven por encima de la ropa”, le decía la madre a Delfina Bunge, seis años menor que Josefina.

Josefina mantiene su diario íntimo dentro de estos cánones victorianos. Pero, al mismo tiempo, descubre el lenguaje de la Fotografía que le permite expresar sin palabras; y se evade por esa grieta de la rigidez que le toca vivir. En ese espacio arma todo un mundo propio que ilumina con colores maravillosos, en oposición a la fotografía de entonces que es solo en blanco y negro o sepia.

Convierte su cuarto en un estudio de fotografía, allí escenifica sus tomas pautando todo: vestuario, utilería, luz, personajes, y logra generar un ambiente en donde todo está armonizado. Si bien a veces su hermana o la empleada presionan el disparador de su cámara, la toma entera pertenece a Josefina, a veces actriz y siempre autora de sus puestas en escena.

“Josefina quiere ser su propia protagonista en el cuarto oscuro; y revela, copia, y cuando la técnica le dice: ‘hasta aquí usted llega’, ella traspone ese límite iluminando: una adelantada a su época, que rompe esquemas”, dice el historiador fotográfico Abel Alexander.