Bella, atractiva y amada por sus dos maridos, Juana Rebasa, habrá padecido y también hecho sufrir a sus tres hijas: Mercedes Llobera, española, hija del primer matrimonio; Josefina y Catalina Oliver, argentinas, del segundo.
Las dos hermanas silenciaron el problema mental de su madre a sus hijos, y éstos a sus nietos. A Juana Rebasa se la soslaya en el relato oral familiar, y se la omite en cartas y diarios personales. Solo se insiste sobre ella el ser ‘algo nerviosa’ o tener ‘alguna leve depresión postparto’.
Sin embargo, la partida de defunción de la 9a Sección del Registro Civil de Capital, detalla: ‘(…) declaro que Juana Rebassa, de cuarenta y séis años, casada, Española; falleció en este Hospicio de Mujeres Dementes el día de ayer á las doce de la noche. No ha testado. Buenos Aires, octubre diez y nueve de mil ochocientos noventa y cuatro. M T Podestá Médico (…)’. (Firma del Director del Hospicio, hoy Hospital Moyano).
Josefina calla esta situación penosa en su diario. En las pocas líneas en que la nombra y escribe ‘Mamá’ luego, en una reescritura posterior, la oculta detrás del nombre de María Comas, una amiga lejana.
Cambia las letras de ‘Mamá’, y las transforma en ‘María’, agregando el apellido ‘Comas’ por encima. Convierte la segunda ‘m’ de ‘Mamá’ en una ‘r’ y una ‘i’. El acento de la ‘a’ de ‘Mamá’ sirve para la tilde de la ‘í’ de ‘María’.
“Viernes 6- Vino Lola Planells con Juanito, no nos encontraron. Fuimos á ver á María (antes ‘Mamá’, visible el trueque de letras, y agregado encima ‘Comas’).
“Jueves 18- (…) Murió María Juana Rebasa a las 12 de la noche” (María : antes ‘Mamá’; encima Juana Rebasa agregada años después sobre otro escrito poco legible que parecería ‘Comas’.)
El silencio y ocultamiento llevan a Josefina a registrar, en el lenguaje visual de la fotografía, una expresividad diferente a la hablada o escrita, en ella tiene la libertad de decir sin límites, sin tabúes, de cruzar barreras impuestas por la sociedad.
Josefina Oliver coloca su energía, de forma intuitiva, en la creación artística como respuesta al dolor ante los sucesos aciagos que le acontecen desde niña y luego, a lo largo de su vida.